24 oct 2008

Visibilidad en la cumbre



No, hoy no voy a hablar de montañismo, sino que vuelvo a la carga sobre la cuestión de la crisis económica porque no hay día que no tenga su miga. Estoy volviendo a empezar a leer (segundo intento) “El malestar en la globalización”, un libro que ha sido muy famoso en los últimos años, del premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, ex asesor de Clinton y ex economista jefe del Banco Mundial.

En él, un tipo tan poco sospechoso de “echado al monte” como Stiglitz pone a caer de un burro, precisamente, a las instituciones económicas globales, dominadas por las potencias económicas, y su defensa hipócrita de las bondades del libre mercado. Hipócrita porque los países que las defienden –los ricos- se las imponen a los demás –los pobres-, pero no se aplican el cuento en casa (véanse las recientes nacionalizaciones “temporales”). Ahora vemos que también las imponen sobre sus ciudadanos pobres, pero no sobre los ricos, por cierto, porque hay muchas ayudas para los bancos pero ninguna extra para los que se quedan sin trabajo.

En fin, que empiezo a leer el libro –escrito en 2002, en medio de la bonanza general- y me pongo a pensar en qué pasará ahora que ha estallado todo. Qué pasará sobre todo en la (supuestamente) crucial cumbre convocada por el inefable Bush para que los bomberos pirómanos del mundo (el G-8) y los aspirantes a potencias económicas del G-20 “refunden” el sistema económico internacional.

Y sigo pensando y veo a Zapatitos y Rajoy, y sus secuaces, en medio de una de esas típicas discusiones de patio de escuela infantil que montan ellos (yo creo que porque no dan para más, pero que también les sirve para mantenernos anestesiados, distraidos, para cansarnos). En esta ocasión, va sobre si España estará en la cumbre o no. Y de para qué quiere ir España y qué es lo que quieren proponer allí, oiga usted (como diría Rajoy) no dicen ni “pamplona”. Este es el nivel de respeto que nos tienen, tal cual.

Así que hay que empezar a preguntar esto en voz muy alta, en los espacios en que podamos, en las webs de los periódicos, en los blogs, en las manifestaciones que se están convocando para el 15 de noviembre, y empezar a proponer cosas.

Una de los primeros comentarios que hace Stiglitz en el prefacio del libro es que se puso muy contento cuando en la crisis financiera global de 1997-98 (esa que se originó en el Sudeste Asiático y que ahora parece tan light) se puso mucho énfasis en la necesidad de transparencia, pero que luego se entristeció mucho al darse cuenta de que quienes la pedían para Asia, –EEUU y el FMI- eran lo menos transparente que se había encontrado en la vida. Y esa falta de transparencia (y escrúpulos) es lo que está en el origen del caos presente.

Y sigue diciendo que había que “mejorar la información que los ciudadanos tienen sobre lo que hacen las instituciones, permitiendo a los afectados por las políticas que puedan tener más voz en su formulación”. Claro, esto se supone que es lo adecuado en una democracia, pero ¿podemos? ¿Volverán a hincharse a hacer grandes declaraciones para que todo siga igual?

Tenemos que empezar a hablar alto y claro, a despertarnos de la anestesia, a exigir visibilidad en la cumbre. Porque la factura la pagamos nosotros, recordad, no los que asitirán, Zapatitos incluido (o no).

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